Memento Mori I: Viaje a través de las vanitas
«Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.
¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?
Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece.»
Eclesiastés 1, 1-3, Antiguo Testamento.
A lo largo de la historia, el ser humano ha construido un imaginario único en torno a la muerte, paradigma que ha sido condicionante de las relaciones, las estructuras de poder, la religión, la cultura y la política desde el origen mismo de las sociedades. La sombra de la parca, con su eco mitológico y simbólico, enraiza en toda cultura en la representación artística, dejando una serie de pistas que nos desvelan la relación que a lo largo del tiempo se ha tenido con la muerte. La muerte como compañera, la muerte como amenaza, la muerte como único elemento común a todos los mortales. En el presente artículo vamos a realizar un pequeño viaje a través de una de las representaciones más originales de la historia del arte en torno a este concepto: las vanitas.
Se tiende a relacionar el concepto de vanidad, de la futilidad de la vida, con los preceptos propios a las grandes religiones monoteístas. Sin embargo, el imaginario en torno a la muerte y lo efímero de los placeres mundanos tienen su origen más representativo en el mundo clásico.
En este mosaico pompeyano del Siglo I a.C. se ejemplifica a la perfección el concepto de "Memento Mori", la muerte como un factor moralizante que equipara por igual a pobres y a ricos. La tela morada de la izquierda es símbolo de los patricios, la más alta clase social romana, mientras que la piel de cabra de la derecha representa a los esclavos y a la más baja cuna social de Roma. En el centro, el cráneo de la muerte, que pende sujetada por un fino hilo sobre la rueda de la vida. Al quebrarse el hilo, la muerte rompe la rueda y libera la mariposa, representación del alma humana en la cual no hay diferencia alguna entre el rico y el pobre. Los artistas romanos desconocían que estas peregrinas representaciones iban a ir creciendo con el tiempo hasta constituirse como un subgénero propio dentro del arte, con un valor alegórico y simbólico que perdura hasta la actualidad. Estas primeras vanitas buscan un efecto social, la promoción de un modelo de vida sobrio y estoico, un modelo del que gusta mucho el cristianismo que terminará por hacerlo propio.
Existen muchas más representaciones del mundo romano, pero es cuando la vetusta arquitectura romana pasa a ser cristiana cuando este tipo de imagen se hace más común. En el mundo románico encontramos una gran variedad de representaciones del mismo tipo en capiteles, frescos y relieves. Ya en la Edad Media, de la mano de los grandes e imaginativos bestiarios, la representación clásica de la muerte y el memento mori trasciende a nuevas formas, fantasiosas y únicas. En este punto nace un tipo de representación muy especial, el de las "danzas de la muerte". Se trata de una representación alegórica en la que la Muerte, en forma de esqueleto humano, invita a personas de toda clase social a danzar en torno a una tumba, incluyendo y equiparando a emperadores, obispos y labradores.
Las danzas de la muerte tienen un fuerte impacto, que aunque no se ve reflejado en los grandes bodegones de vanitas del XVII, tienen su eco en la obra de grandes artistas a lo largo del tiempo. Cervantes en El Quijote incluye en el capítulo XI de la segunda parte de la obra un episodio en el cual Sancho y Quijote se encuentran con una macabra compañía teatral que representa Las Cortes de la Muerte, una especie de juicio cómico con la muerte y la danza como protagonista. El compositor húngaro Franz Liszt tiene una pieza musical para piano llamada Danse Macabre, así como bandas como Metallica o Bauhaus, ya en el siglo XX, aportan canciones bajo el mismo trasfondo. En el mundo del cine, Ingmar Bergman incorpora una monumental referencia a las danzas de la muerte al final de El Séptimo Sello por no hablar del maravilloso corto de animación The Skeleton Dance de Walt Disney.
Llegamos en este punto a la vanitas propiamente dicha, como subgénero del bodegón que alcanza su apogeo en el siglo XVII. Cabría comenzar por preguntarnos si las vanitas son meras naturalezas muertas o si son mucho más que eso. En efecto, pese a ser una composición nacida del bodegón, las vanitas tienen mucho más de alegoría que de simple composición técnica o estética. Las vanitas evolucionan hasta desarrollarse en torno a tres ejes simbólicos comunes, por una lado conceptuar la vida como algo pasajero, fugaz y transitorio; la idea de que cualquier bien material que pueda tener el ser humano en vida es vacuo, insignificante e irrelevante; y una idea de redención del alma humana sobre toda la vanidad de la vida, que entronca con el concepto católico de la vida eterna. Comienzan a incorporarse también en las vanitas elementos vegetales, sobre todo a partir de la escuela holandesa, bajo el criterio de que pese a la muerte, la vida siempre vuelve a brotar en la infinita espiral de la resurrección.
En otras escuelas europeas las vanitas se incorporan dentro de otras representaciones figurativas, como por ejemplo las "Magdalenas Penitentes" tan comunes en Francia, o como elementos iconográficos de santos como San Jerónimo o San Agustín. No puede quedar fuera de este artículo la impresionante tumba del papa Alejandro VII realizada en mármol por Bernini en 1671, en la que una muerte en bronce se quita de encima una manta de mármol travertino para amenazar a los mortales con su reloj de arena.
En el barroco hispano hay una gran influencia de la escuela flamenca, incorporando también elementos compositivos de carácter vegetal en muchos de sus ejemplos. Sin embargo, un artista se elevará como el máximo representante de la vanitas española, bajo los preceptos morales de la contrarreforma, gracias a dos pinturas. Se trata del sevillano Juan de Valdés Leal (1622-1690) y sus obras In Ictu Oculi y Finis Gloriae Mundi, en el Hospital de la Caridad de Sevilla.
Si bien el siglo XVII es el gran siglo para las vanitas, fruto de la pugna ideológica moralizante que surge del protestantismo y la contrarreforma, en los siguientes se irá convirtiendo en un género residual al que sin embargo grandes artistas van a recurrir puntualmente, dejándonos grandes obras que, como perlas, evocan a una concepción más subjetiva, cada vez más ligada con la propia naturaleza humana, al romanticismo, la vacuidad, el nihilismo; un proceso de apropiación simbólica y espiritual de las viejas concepciones católicas que en realidad no es más que una vuelta a su origen más remoto y más conectado con la psique humana.
Ya en el siglo XX, dentro del mundo de las vanguardias, la vanitas tiene un breve renacer dentro de las escuelas del simbolismo, del modernismo y de la nueva objetividad, que volverán a recurrir frecuentemente a este tipo de representación como una dicotomía entre lo terrenal y lo mortal. También, cuando Picasso y Matisse rompen con la clásica perspectiva espacial, se origina una nueva iconografía en torno a las vanitas, que muta de forma poética a una estructura lírica, como ejemplifica el frecuente recurso de las cabezas de toro en la obra picassiana.
En la actualidad existen ejemplos a medio camino entre lo banal, lo grotesco, lo irónico y lo simbólico, como la polémica calavera de diamantes de Damien Hirst o la composición fotográfica Untitled No. 272, de la enfant terrible de la fotografía contemporánea Cindy Sherman.
Sin embargo, pese a ser una tipología común al arte occidental, en la época de la globalización es un pintor y director de cine japonés, Toru Kamei (1969), el mayor exponente de este género en el arte contemporáneo. El nipón nos lleva en un viaje a través de la fragilidad de la vida, con unas vanitas y autorretratos casi metafísicos, con poderosos componentes vegetales y alegóricos, y elementos culturales y mitológicos hindúes, japoneses, europeos e incluso mexicanos.
No cabe duda que la alegoría de la muerte y la cultura en torno a ella es un elemento que ha acompañado al ser humano desde su génesis. Seguir el rastro de la guadaña a lo largo del tiempo es un trabajo tan apasionante como inabarcable. Sirvan estas líneas como ejemplo de la eterna dualidad de la existencia humana en el mundo del arte. Nuestro fin será el mismo, recuerda que morirás.
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