De un tiempo a esta parte

08.03.2020

María José Castañeda

¿Vivimos en una sociedad patriarcal? ¿Cuándo surge el patriarcado? ¿Elegimos el papel que desempeñamos en nuestro día a día o nos viene impuesto, como de fábrica? ¿Se nace mujer o se llega a serlo? Simone de Beauvoir, responsable del planteamiento de esta última pregunta, lo tenía claro y lo exponía con firmeza, sin duda: "No se nace mujer, se llega a serlo". Describía, así, el encorsetamiento de la mujer en la sociedad, causado por ese creer que "se nace mujer". Esta creencia suponía y supone el desempeño en el mundo por parte de quienes forman parte de este grupo de ese papel predeterminado que es "ser mujer", papel que hasta hace no tanto tiempo poco tenía que ver con palabras como independencia, voz propia o libertad. O con otras palabras como juez (¿o jueza?), como médico (¿o médica?) o como poeta (¿o poetisa?).

Simone de Beauvoir consiguió que sus palabras, desde que fueron así colocadas por ella en el pasado siglo, se quedaran con nosotros para siempre. Y con ellas, el mensaje que transmiten. Ahora bien, lo que con seguridad pudo afirmar esta filósofa francesa, no siempre ha estado tan claro. La sociedad desde hacía mucho, quizá desde siempre, había impuesto ese determinado rol a la mujer y, sin embargo, el reconocimiento de esta realidad tardó unos cuantos siglos en llegar ¿o no?

La libertad, Marcos Villalva

Cinco siglo después, en el siglo XV, tuvo lugar un curioso fenómeno literario. Surgieron en la época multitud de poetas, unos setecientos, entre los que se encontraba alguna mujer, unas diez, que se sepa. Una de ellas, María Sarmiento, decía en uno de sus poemas, el único que se conserva: "señor, tú que me feziste / de nada muger entera". Lo que la autora pudo pensar para escribir estos versos, probablemente, poco o nada tenga que ver con el pensamiento de Simone de Beauvoir. Pero comparten una idea: no fueron ellas quienes se hicieron mujer. Para Sarmiento, fue Dios el encargado de convertirla en mujer y, con ello, todo lo que acarrea formar parte de este grupo. Es posible que esta poeta sintiera el peso de lo que suponía entonces ser mujer, y de ahí que de sus versos se desprenda cierto sentimiento de resignación. Para Beauvoir es la sociedad quien impone esa condición.

De manera intuitiva esta poeta del siglo XV percibió algo que hoy ya no se conoce solo desde la intuición. En torno a esa idea se ha desarrollado toda una corriente de pensamiento. Pero por qué se tardó tanto tiempo. Por qué estas ideas tardaron tanto en tomar forma, en convertirse en palabras sólidas, contundentes e inamovibles. Que cada uno busque la respuesta. Lo que parece claro es que si durante siglos la voz de la mujer fue apagada, hoy ya es imposible frenarla. Esto no ha hecho más que empezar y ya nunca más las palabras de ninguna mujer caerán en el vacío y resonarán por siempre en los libros donde se expresen, en los cuadros donde se contengan y en las calles por las que vuelan. Así que, como quiso Ángela Figuera, poeta y mujer:

Levantaos, hermanas. Desnudaos la túnica.

Dad al viento el cabello. Requemaos la carne

con el fuego y la escarcha de los días violentos

y las noches hostiles aguzadas de enigmas.

No os quedéis en el margen. Que las aguas os lleven

sobre finas arenas o afilados guijarros.

Que os penetren las sales. Que las zarzas os hieran.

Y, acercando la quilla, remontad la corriente

hacia el puro misterio donde el río se inicia.

(Ángela Figuera, 1950)


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